Catalina Muñoz, un sonajero para el recuerdo

Con la instauración del régimen fascista en España miles de vidas se vieron truncadas a causa de la fuerte represión política llevada a cabo tras el golpe de estado. El exilio, la fuga de las grandes mentes que ilustraron la República, el uso de campos de concentración y el asesinato de civiles sometidos a juicios sumarísimos injusto formaron parte de la vida de los españoles y españolas hasta la muerte del dictador. Actualmente, a pesar de la Ley de Memoria Histórica, muchas de las personas asesinadas se encuentran aún enterradas en cunetas o en paradero desconocido. Gracias al trabajo de los voluntarios y voluntarias de las asociaciones de víctimas del franquismo es posible recuperar historias como la de Catalina, una madre que conservó el sonajero de su hijo como único recuerdo antes de ser fusilada.

Retrato de Catalina a través del estudio forense de sus restos y la memoria de sus familiares

Vida social y política

Catalina Muñoz Arranz nació a finales del siglo XIX y vivió en Cevico de la Torre, un pueblo de la provincia de Palencia. En el año 1936, fecha en que se produjo el golpe de estado fascista que dio inicio a la Guerra Civil, tenía 37 años y 4 hijos con Tomás de la Torre.

El 24 de agosto de 1936 los franquistas fueron a buscarla a su domicilio y ella intentó huir con su hijo menor en brazos, pero cayó en una zanja y detenida. Al bebé no le pasó nada, pero a ella se la llevaron presa.
Catalina fue sometida a un consejo de guerra en Palencia, una ciudad donde el golpe triunfó desde el primer día y que solo conoció la represión. Allí, el alcalde de Cevico y otros dos vecinos declararon que acudía a manifestaciones, que lavó la sangre de la ropa de su marido, acusado de haber asesinado a un falangista y que daba vivas a Rusia y mueras a la Guardia Civil.

Juicio y condena

El 5 de septiembre del 1969, Catalina firmó una declaración en la que reconocía haber asistido a las manifestaciones, pero negó el resto de acusaciones. Aunque las pruebas contra ella se basaban en rumores sin ningún tipo de prueba que los apoyara se pidió cadena perpetua para la mujer, acusada de rebelión militar. Unos días después esta sentencia, sin embargo, se la condenó a muerte.

Catalina fue fusilada el 22 de septiembre de 1936 a las 5:30 de la mañana. En el bolsillo de su mandil llevaba el sonajero de su hijo Martín, de tan solo 9 meses. Su asesinato fue singular, puesto que de entre el centenar de mujeres asesinadas en los primeros meses de la guerra en la provincia de Palencia, ella fue la única que fue juzgada y condenada a muerte. El resto de mujeres fueron paseadas, un eufemismo para el fusilamiento de víctimas en descampados, muchas veces de noche, que no volvían del «paseo» al que eran invitadas por las autoridades franquistas.

El sonajero del reencuentro

El cuerpo de Catalina fue enterrado sin ataúd y cubierto de cal viva. Gracias a lo excepcional de su caso, existía un registro en el cementerio que identificaba el lugar de sepultura, con lo que pudo ser exhumado e identificado en el año 2011 identificado sin necesidad de recurrir al ADN de los familiares.

El análisis de los restos realizado por un equipo de antropólogos determinó que Catalina medía 1,54 m y que la causa de su muerte fueron diversas heridas producidas por armas de fuego en la cabeza, el cráneo, el pecho, las vértebras cervicales, clavículas y costillas. Junto a ella aparecieron diversos restos de materiales que no se degradaron con el tiempo, como botones de nácar, corchetes metálicos o las suelas de sus zapatos.

Junto a su cadera izquierda, apareció un sonajero de colores con forma de flor elaborado en celuloide, un tipo de plástico muy usado en la época. Fue este objeto el que permitió finalmente que, más 80 después, Catalina pudiera reencontrarse con su hijo Martín y los familiares que buscaban su cuerpo.

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